No recuerdo si por boca de un profesor de alguna asignatura de la carrera de Ciencias Ambientales o, quizá, leyendo algún libro sobre conservación de ecosistemas, en aquella biblioteca de la Facultad de Medicina de la Universidad de Alcalá, llegué a una realidad incómoda: del mismo modo cada individuo está condenado a morir, todas las especies están destinadas a extinguirse.
Es algo que inexorablemente ocurre cuando fallece el último individuo de una especie. Puede que un poco antes, cuando la población se ve reducida de tal manera que difícilmente podrá recuperar un tamaño adecuado para mantenerse en el tiempo. O cuando desaparece el medio necesario para garantizar su sustento a medio y largo plazo.
Afirmar categóricamente que los seres humanos no van a extinguirse es una temeridad. Quizá no ocurrirá inmediatamente, tal vez no será consecuencia directa de las crisis que vivimos en la actualidad. Pero la historia nos demuestra que los humanos se extinguen. Si no prestaste atención a tu profesor de ciencias naturales en el colegio o al de historia en el instituto, puedes leerlo y aclarar las ideas en las primeras páginas del libro con el que Yuval Noah Harari hace un repaso de la historia de la humanidad: “Sapiens”.
De las especies del género Homo que han pisado la Tierra, desde la aparición de este grupo hace unos dos millones y medio de años, la única que existe actualmente es Homo sapiens. El resto de especies humanas han ido desapareciendo paulatinamente del planeta. Y parece que el principal factor para la extinción de estas especies es, curiosamente, la presión de las otras especies de humanos. En particular la ejercida por la última que queda. Nosotros, Homo sapiens, hemos acabado con los últimos humanos que habitaban la Tierra antes de que llegásemos.
Con unos 8000 millones de ejemplares se nos antoja que la fecha de la extinción no está próxima a aparecer en el horizonte. Y seguramente sea así. Por ello coincido con quienes no consideran prudente utilizar el argumento de la extinción cuando hablamos sobre la crisis climática, la escasez de ciertos materiales críticos o los problemas en las cadenas globales de suministro. Pero tampoco puedo aplaudir a quienes afirman categóricamente que no nos vamos a extinguir. Y mucho menos a quienes utilizan ese llamado a la prudencia para desacreditar a los que tachan de alarmistas.
Y es que el conocimiento actual evidencia que estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades. Da igual los indicadores que elijamos para llegar a esta conclusión. La ciencia nos habla de la superación de los límites planetarios en varios ámbitos críticos para nuestra forma de vida. Si recurrimos a la huella ecológica comprobamos que, a cuenta de diferencias regionales y de trasladar problemas al futuro, mantenemos un modelo de consumo que supera la capacidad del planeta para asimilar el impacto generado. Y si nos fijamos en los Objetivos de Desarrollo Sostenible podemos comprobar que no somos capaces de seguir la hoja de ruta que nos llevaría a un modelo capaz de satisfacer las necesidades de todas las generaciones presentes sin comprometer la capacidad de las futuras para satisfacer las suyas.
Quizá podamos reaccionar a tiempo, pero ahora mismo la foto global nos deja en un lugar muy cercano al de esa bacteria que se reproduce exponencialmente en un medio de cultivo, hasta que lo agota y todos sus individuos mueren en la placa de laboratorio. El símil no es nuevo, pero podemos seguir utilizándolo tranquilamente: no hay señales de que, como especie, nos comportemos de manera diferente al cultivo de bacterias.
Tal vez no será como consecuencia de la creciente concentración de dióxido de carbono en la atmósfera. Ni de las enfermedades causadas por la exposición permanente a sustancias químicas con efectos sobre nuestra salud a medio y largo plazo. O de las zoonosis que nos trae un modelo insostenible de producción y consumo. Pero Homo sapiens se extinguirá, como ocurre con cientos de especies cada día y como ha ocurrido anteriormente con Homo neanderthalensis, Homo antecesor, Homo erectus y Homo habilis.
La cuestión es cómo vamos a vivir hasta entonces. Nosotros, los que estamos aquí ahora, y los que vendrán después ¿Seremos capaces de mantener una mínima calidad de vida? ¿Seguiremos avanzando en el conocimiento? ¿Conviviremos pacíficamente y respetando a nuestros iguales? ¿Conseguiremos nuevos logros que nos hagan dignos de la autodenominación “sapiens”? O, por el contrario ¿Se seguirá extendiendo la ignorancia? ¿Perderemos el progreso alcanzado a cuenta de guerras fratricidas? ¿Provocaremos el colapso de nuestra propia civilización?
Nos jugamos mucho y no podemos dejarlo en manos de intereses cortoplacistas incapaces de entender las consecuencias de agotar los recursos naturales, contaminar los ecosistemas que nos dan de comer, envenenar el aire que respiramos o mantener niveles de desigualdad que generan conflictos e inseguridad.
Depende de todas y cada una de las personas que habitamos el planeta. De las opciones que tomamos y la forma en la que participamos en los procesos de toma de decisiones. De cómo nos relacionamos con nuestros vecinos y de qué compramos con nuestro dinero. No podemos evitar que nuestra especie se extinga. Pero podemos dejar de cargarnos el planeta y preservar los recursos que hacen posible nuestra forma de vida actual.
2 respuestas a «Sí, nos vamos a extinguir»
Entropía, exergía, son conceptos que deberíamos tener presentes. El agotamiento de la estrella que sustenta la vida en la Tierra está muy lejos en el tiempo, pero la codicia y avaricia de algunos homo sapiens que consideran su opulento y obsceno modo de vida sustentable a costa de sus congéneres y del resto de seres vivos se desarrolla en un plazo de tiempo mucho más corto, y es esa desigualdad y el sistema económico que la fomenta el mayor enemigo para la supervivencia de nuestra especie.
Así es ander, ojalá reaccionemos pronto como la especie inteligente que decimos ser.