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Ni lo uno ni lo otro

Desde que empezó la pandemia estamos instalados en una especie de debate permanente sobre si hay que salvar la economía o la salud de las personas. Y no parece que estemos consiguiendo ni lo uno ni lo otro.

No es una cuestión local, es un problema –como la propia pandemia- global. Hemos visto -en todo el mundo- regiones que empezaron apostando por una cosa, cambiaron de criterio e hicieron otra. Políticos -de varios países- defendiendo una postura y la contraria. Tertulianos –en todos los idiomas- que van cambiando de criterio según les ha ido dando el viento…

Y estamos empezando a estar cansados. Lo llaman fatiga pandémica, pero tiene mucho de hartazgo por la politización que se hace de la crisis sanitaria y el bombardeo constante de medidas, contramedidas y requetemedidas para politiquear sin atender los verdaderos problemas de las personas. Me disculpen por echar mi gota de agua al vaso que rebosa.

Nada nuevo. Lo de siempre. Salvo que estamos en medio de una pandemia global. Quien dice en medio, dice empezando. Porque no sabemos si se acabará “el año que viene” (da igual cuando leas esto). Y de “volver a la normalidad” (signifique eso lo que signifique) es mejor olvidarse. Nada volverá a ser igual.

No lo será para las familias de los más de 2 millones de fallecidos en todo el planeta. Se han superado ampliamente las previsiones más optimistas sobre el daño que causaría la pandemia en términos de vidas humanas. En “Llega el monstruo” Mike Davis recoge un resumen de distintos modelos sobre el posible impacto de algo como lo que estamos viviendo. Y pone los pelos de punta comprobar la velocidad con la que avanzamos por esa tabla:

Siento vértigo de pensar que, en el peor escenario, una de cada siete personas de las que vivimos actualmente podría fallecer por culpa de esta pandemia. O de la próxima. Porque hemos entrado en una era de pandemias que, o nos tomamos en serio, o podría ser el principio del fin de nuestra civilización. Quizá de la especie humana.

Y mientras seguimos jugando a ser los salvadores. Salvemos la Navidad. Salvemos la Semana Santa. Salvemos el ocio, salvemos los bares. Salvemos la educación aparcando a los niños hacinados en aulas de colegios masificados.

Pero ni estamos salvando la economía ni estamos salvando vidas. Se siguen produciendo contagios. Muchos cada día. Y con cada uno de ellos existe una pequeña probabilidad de que el virus cambie un poco, en una mutación, y se convierta en algo más peligroso de lo que ya era. Es una lotería de la que se reparten miles de papeletas cada minuto.

Y toca. Claro que toca. La cepa brasileña, la británica, la sudafricana… En medio del baile de medidas Madrid, con su aeropuerto y sus bares abiertos, se convierte en un paraíso del ocio y el turismo para franceses afectados por la fatiga pandémica. En todos los informativos tenemos algún alcohólico dando consejos de salud mental “terracitas, terracitas… que esto no hay quien lo aguante” animan, sin mascarilla y gin tonic en mano, a salir de copas. Al “tardeo”.

Mientras tanto en Alemania y otros países se prohíbe el consumo de bebidas alcohólicas. Una medida excelente para reducir la afección al sistema inmune que causa el alcohol, pero también para mantener sobrio al personal, favoreciendo el cumplimiento de las medidas de prevención de contagios y la capacidad de respuesta. Quizá, incluso, la lectura comprensiva y, quién sabe, el pensamiento crítico.

Pero vivo en ese oasis contra las restricciones al ocio convertido en el caldo de cultivo perfecto para una nueva mutación del virus. Mutaciones que tiran por tierra el esfuerzo de investigación y fabricación de vacunas, que limitan la efectividad de las mismas y, sobre todo, que nos pueden llevar a alargar la pandemia y a hacerla más mortífera.

¿Hasta cuándo tendremos pandemia? Hasta que consigamos transmisión cero en buena parte del planeta. La mejor medida para reducir el riesgo de contagio y el impacto de una posible mutación del virus es llegar a una mínima tasa de contagio. Y la única forma en la que podemos conseguirlo a corto plazo es con una política firme de restricciones y controles. Como hacen en Australia en cuanto aparece un caso confirmado: con uno solo son capaces de decretar un cerrojazo que mantiene a raya al virus. O como hicieron en China, si estamos dispuestos a ceder a un control permanente por parte de las autoridades.

No, no soy epidemiólogo ni economista. Pero veo que ni salvamos la economía ni protegemos la salud de las personas. Ni cerramos las actividades no esenciales, ni tomamos medidas para que se hagan de forma segura.

Si en el colegio cierran el aula de tu hijo porque un compañero ha dado positivo no tienes derecho a nada. Más que asumir el coste de la falta de medidas de prevención y seguimiento quedándote en casa los diez días perceptivos. Sin empleo ni sueldo. Y cruzar los dedos para que el niño no meta el virus en casa y se contagie el resto de la familia. Que nadie le va a hacer una prueba diagnóstica. Ni a el ni a los otros 14 con los que pasa 6 horas al día, a sus profesores, el resto de profesionales del centro o a los compañeros con los que comparte el comedor.

No me quiero imaginar lo que tiene que asumir el autónomo que tiene síntomas y no sabe si son de un catarro normal o de COVID. Que se pasa los días de cuarentena sin atender clientes y sin conseguir que nadie le haga una PCR. O el pequeño empresario que, atendiendo a las necesidades de conciliación de sus empleados, opta por flexibilizar perdiendo productividad o incurriendo en unos costes que no va a recuperar. Porque estamos salvando la economía. Cada uno el trozo que puede cargar sobre sus hombros.

Sí. Estamos gastando mucho dinero público en cemento. Pero no contratamos suficientes personas para atender pacientes, seguir casos, tomar muestras, hacer análisis, mantener una atención sanitaria de calidad. Sí, pagamos licencias de programas educativos a corporaciones transnacionales. Pero no garantizamos el acceso a Internet en los hogares con población en edad escolar. No contratamos profesores que puedan atender a los alumnos en grupos suficientemente reducidos o en condiciones adecuadas para hacer funcionar las estrategias de semipresencialidad, los grupos burbuja o las clases a distancia. Vacunamos a ancianos encerrados en residencias en las que no pueden recibir visitas de sus familiares. Y lo hacemos con sueros que no han sido probados en mayores de 65 años o cuya efectividad a partir de esa edad es limitada.

Estamos haciendo esfuerzos sin un sentido claro, sin resultados tangibles. Sin recompensas. Medidas para la foto, declaraciones para el titular. Tratando de clamar inquietudes, de generar (falsas) esperanzas. Ganar un tiempo que no tenemos. O que nos sobra, ahora que no podemos viajar donde queramos, reunirnos libremente o disfrutar de esa oferta de ocio que tanto echamos de menos. Porque gracias al bilinguismo autonómico mal aplicado y a las políticas estatales contra el fracaso escolar mal entendido salimos de la enseñanza obligatoria sin saber leer. En ningún idioma. De las vacunaciones indebidas y de los guapitos en Andorra hablamos otro día.

Mientras estamos que ni lo uno ni lo otro seguimos dando oportunidades para que el virus nos lleve por delante. En los centros de trabajo, en los medios de transporte colectivo, en la cola del supermercado. Como en tantas otras cuestiones sabemos qué hay que hacer. Y necesitamos líderes que lo hagan. Sin pensar en réditos políticos, en comisiones por la compra o venta de material sanitario. Sin favorecer a los de siempre. Y sin perjudicar a todos los demás.

Una de cada siete son muchas personas. Quizá eres tú. Tal vez seré yo. Alguno de los profesores de tus hijos, varios compañeros de trabajo, amigos de toda la vida…

¿No hay nadie capaz de explicárselo a quien toma las decisiones? Ahorren el dinero que se gastan en propaganda, en engrasar puertas giratorias, en pagar favores o en engordar estómagos agradecidos. Rescaten el dinero que se nos va a paraísos fiscales. El de las dietas que en estos tiempos no pueden ser. Aprueben medidas fiscales excepcionales o pidan un generoso donativo a los grandes privilegiados de esta sociedad. Pero no pierdan de vista que no podemos seguir jugando a otra cosa en mitad de una pandemia global.

Más pronto que tarde. Quizá aprovechando un periodo como la Semana Santa para hacer lo que se debía haber hecho en diciembre y que tampoco se hizo en enero. Antes o después tendremos que volver a pasar un periodo de confinamiento estricto. Si lo hacemos bien por uno que reduzca definitivamente la transmisión del virus. Si lo hacemos mal por uno que genere oportunidades para nuevas mutaciones y rebrotes, alargando la agonía.

Quizá si alguien supiese explicar a nuestros representantes la magnitud del problema sería más fácil encontrar acuerdos que nos llevasen a una solución. Pero tengo serias dudas de que la clase política, en caso de tenerlos a mano, sea capaz de escuchar a quienes, con conocimiento de causa, tengan algo que decir. En este o en cualquier otro tema que no sea la carrera por trepar a un puesto más relevante en su carrera política.

Cuídate mucho, la mejor forma de acabar con esto pronto es evitar contagiarse.

2 respuestas a «Ni lo uno ni lo otro»

Absolutamente de acuerdo. Se necesita un liderazgo sanitario a nivel internacional, que fuera escuchado y respetado por encima de todo, y consiguiera imponer criterios claros e incontestables de una buena vez. Ojalá fuéramos capaces de hacer reaccionar a quienes tienen poder de decisión. La verdadera crisis és ésta, creo. Estamostodos perdidos y buceando en un remolino del océano, sin final a la vista. ¿De verdad no somos capaces como especie de enderezar esto o el cambio climático (que en el fondo es lo mismo)? ¡Ahora es el momento! A pesar de todos los intereses creados en torno a todo, y parezca imposible romper esa inercia. ¿Cuál es la alternativa? ¿La muerte?

Gracias Àngels. Espero que seamos capaces de reconducir esta alocada carrera hacia la extinción en la que se ha convertido nuestro actual modelo de desarrollo.

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