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La pandemia como externalidad

Son muchos los enfoques con los que se ha abordado la pandemia de 2020. Afortunadamente la ciencia aporta respuestas materializadas en vacunas que abren puertas a la esperanza de superar la crisis causada por la aparición y expansión del virus SARS-CoV-2. Quizá es un buen momento para analizar cómo hemos llegado hasta aquí, qué implica una pandemia y qué deberíamos hacer para evitar la siguiente.

A pesar del trabajo científico, las teorías de la conspiración dominan los debates en el día a día. Que si el virus chino, que si es una estrategia para cargarse a los más viejos y evitar pagar pensiones, que si es un ataque contra los pobres del mundo, que no que es contra los europeos… Argumentos más o menos elaborados con los que estamos entretenidos un día sí y otro también. Algunos alimentados por corrientes políticas populistas, otras por grupos extremistas, personas con ánimo de ganar popularidad o recuperarla… lo de menos parece ser encontrar una explicación plausible al origen del virus.

Hemos visto muchas películas distópicas que abonan la imaginación sobre malvados que dominan el mundo desde sus despachos, armas biológicas, científicos chiflados y otro montón de argumentos que, de repetidos, no nos parecen tan disparatados. Es más, asumimos esas historias de ciencia ficción como forma de comprender la realidad en la que vivimos.

Pero quizá resulta que el enemigo está mucho más cerca de lo que pensamos. Porque no, no hacen falta fuerzas ocultas para dar una respuesta razonable a la pandemia que ha hecho tambalear nuestra forma de vida. ¿Estamos dispuestos a entender qué nos ha traído hasta aquí?

Pese a lo que nos gustan las teorías conspirativas y las novelas sobre bioterrorismo, en su libro «Llega el monstruo«, Mike Davis aporta ejemplos sobre como la falta de capacidad de respuesta y las desigualdades en nuestra sociedad son los mejores ingredientes para la pandemia que estamos viviendo. Citando a Richard Webby y Robert Webster, desmonta el argumento más conspiranoico «Sean cuales sean los esfuerzos humanos, los experimentos que está desarrollado la propia naturaleza con H5N1 en Asia y con H7N7 en Europa podrían constituir la peor de las amenazas bioterroristas».

Estos experimentos ocurren, cada día, en un sistema productivo cada vez más intensivo. En “Grandes granjas, grandes gripes” Rob Wallace profundiza en la selección de virus que ocurre en las instalaciones de la agroindustria. Con el objetivo de producir cada vez más cantidad y cada vez más barato, el sector está generando una serie de externalidades entre las que figuran los virus.

Una externalidad, por cierto, es un efecto de una actividad que afecta a su entorno. Hay externalidades positivas, cuando benefician a personas ajenas a esa actividad principal. Y las hay negativas, cuando tenemos un producto no deseado. Sería el caso, por ejemplo, de los microplásticos que contaminan nuestros ecosistemas como consecuencia del abuso den los plásticos de usar y tirar.

Volviendo a la pandemia, Rob Wallance, plantea que el modelo de producción que concentra miles de animales en macrogranjas externaliza costea ambientales, sociales y sanitarios. Los efectos no deseados de sus operaciones recaen sobre el Estado, los consumidores, los trabajadores y el medio ambiente.

Mientras que en estas instalaciones se crían animales con muy poca variabilidad genética los virus asociados al ganado tienen oportunidades de pasar de unos animales a otros, tanto en la cadena de producción y consumo como a través de contacto con animales silvestres alrededor de los centros de producción. Incluso utilizando a los humanos como cadena de transmisión.

Las grandes corporaciones tienen incentivos para seguir perfeccionando el modelo sin invertir en medidas adecuadas para la prevención de las pandemias que ya ha generado el creciente sistema de integración de la agroindustria.

En contra posición, un sistema con pequeñas explotaciones, con un modelo de producción extensivo y una amplia biodiversidad ganadera sería un cortafuegos natural contra cepas de patógenos cada vez más virulentos.

Las grandes corporaciones tienen capacidad, llegado el momento, de sacrificar los animales de una o varias instalaciones afectadas por una enfermedad, iniciando el proceso de cría con sus variedades seleccionadas de animales de granja.

Esta estrategia impide que la experiencia pase de una generación a otra. Y arruina a los pequeños productores obligados a sacrificar sus animales. Pero el virus sí tiene oportunidades de pasar a otros animales, a las personas que trabajan en la granja. Incluso de llegar a granjas cercanas a través de esas personas, aves migratorias y otros canales que favorecen la selección de cepas capaces de pasar desapercibidas para la agroindustria.

El problema viene cuando un virus consigue desarrollar ciclos sincronizados con los de engorde y sacrificio, perfeccionarse en un huésped de granja y saltar a la especie humana con capacidad epidémica.

La probabilidad es baja, pero la creciente cantidad de macro granjas hace que el experimento se repita con tanta frecuencia que acabe materializando un resultado poco esperado. Y la Covid 19 no es la primera enfermedad que nos da un susto de este tipo.

Si, como indica Rob Wallance en “Grandes granjas, grandes gripes”, la agroindustria es el escenario desde el que están emergiendo los virus con capacidad de causar pandemias como la que nos ha traído hasta aquí, quizá deberíamos revisar tanto su modelo de producción y consumo como los costes que trasladan al conjunto de la sociedad.

Fabricar carne de pollo barata en el sureste asiático es un negocio muy rentable para corporaciones que, poco a poco, van desplazando a pequeños productores tradicionales. También en Europa y América. Se han van perdiendo las variedades locales, más adaptadas al entorno donde se crían. Se pierden usos tradicionales, resultado de generaciones de saber hacer en unas condiciones concretas. Se reducen los puestos de trabajo en favor de explotaciones más grandes. Que generan más residuos, que consumen más recursos.

Se impone un monocultivo que favorece, en todo el planeta, el desarrollo de virus a los que no se presta atención en origen. Un virus con capacidad de propagarse rápidamente por nuestra especie y causar una epidemia devastadora para la humanidad.

Quizá sea ponerse catastrofista y ojalá me equivoque, pero pinta que estamos entrando en una era de pandemias a cuenta de nuestro modelo de producción y consumo. Podemos salir a la calle a gritarle a las grandes corporaciones como tienen que hacer las cosas o hacer contribuir con nuestras compras a quienes reducen los impactos negativos que generan en el conjunto de la sociedad, en la economía y en el medio ambiente.

Ya no hablamos solo de la reducción de la biodiversidad, los plásticos acumulados en los ecosistemas, las emisiones de efecto invernadero o la contaminación de las aguas. Si el planteamiento de la pandemia como un efecto no deseado del sistema agroindustrial es correcto la «nueva normalidad» no será muy distinta de ese 2020 que tan poco nos ha gustado. ¿Podemos hacer algo por evitarlo?

4 respuestas a «La pandemia como externalidad»

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