El papel de los colegios es importante: los centros educativos inciden decisivamente sobre la formación y concienciación de sus alumnos en cualquier aspecto de la vida, en particular sobre cuestiones ambientales. Y, por su actividad, generan grandes cantidades de papel y cartón. La combinación estos dos factores puede ser clave para conseguir alumnos responsables con su impacto en el entorno, o resultar en un nefasto indicador de falta de control y mala gestión.
El programa “En el punto de mira” puso el foco en el problema de la recogida informal de papel y cartón en ciudades como Madrid. En poco más de 30 minutos toco varios elementos sensibles en relación a la gestión de un residuo, en particular las implicaciones sociales y económicas del saqueo que sufren los contenedores de la capital. Lo que más me gustó del reportaje es que ilustra claramente que el problema de los residuos no es exclusivamente ambiental, abordando tres cuestiones importantes:
- el reciclaje del papel,
- el cuidado de los datos personales,
- la economía sumergida.
En concreto muestra como la falta de conciencia sobre el valor de lo que tiramos alegremente nos puede poner en más de un aprieto. En este caso a tres colegios de la Comunidad de Madrid que aparecen retratados como bastante poco cuidadosos en lo que se refiere a la custodia de información sensible sobre sus alumnos.
Se puede ver que todo tipo de información confidencial (listados, fotografías, direcciones, teléfonos, datos médicos…) de alumnos de varios centros escolares acaba siendo transportada ilegalmente, camino de la Cañada Real, por un cartonero que, entre otras cosas, da positivo al consumo de varias sustancias estupefacientes.
Por mucho que parezca una cuestión reservada a las personas con una alta conciencia ambiental y se nos muestre como algo accesorio, los residuos que genera una actividad son uno de los indicadores más claros de su estado de salud. Sólo las organizaciones bien gestionadas pueden ser sostenibles. Y es que la gestión ambiental es algo más que gestos bonitos para hacerse propaganda: tenemos que enfocarla a cuestiones más prácticas y inmediatas que una falsa pretensión de salvar el planeta.
¿Qué podrían hacer los colegios con sus datos en papel?
Está muy bien que los centros escolares se preocupen del reciclaje. Debería ser algo que estuviese en los programas educativos, pero también en la práctica cotidiana de nuestras escuelas. Un paso importante es poner esas cajas de cartón a disposición de todos, contenedores en el patio, o lo que buenamente pueda cada uno para recoger el papel y cartón de manera separada del resto de los residuos: ayuda a ahorrar energía, reducir el consumo de materias primas…
Pero no basta el gesto, hay que preguntarse cosas ¿de dónde viene ese papel? ¿por qué lo recogemos? ¿dónde terminará? ¿hasta dónde llega mi responsabilidad? El director no puede estar revisando qué tira cada alumno, cada profesor, cada administrativo o cada progenitor en todas y cada una de las papeleras del centro. Pero sí tiene que conseguir que cada uno sea consciente de que el papel que va a tirar ha sido, y sigue siendo, soporte de información. Y que hay determinada información, mucha en el caso de un centro de formación, que está acogida a legislación sobre protección de datos de carácter personal. Quizá hemos hecho un importante esfuerzo administrativo en la parte digital, registrando bases de datos y creando sistemas de permisos para acceder a la información contenida en las aplicaciones informáticas, pero ¿hemos concienciado a cada usuario sobre sus responsabilidades?
En la mayoría de las organizaciones se dan por supuestas muchas cosas que deberían estar recogidas en un manual de puesto de trabajo y ser explicadas en un proceso de acogida de nuevos trabajadores. En un centro escolar en el que se suelta al profesor con los alumnos a su suerte, especialmente si es un funcionario al que después de superar una oposición se le suponen muchas cosas, la situación se agrava: ¿hay alguna asignatura obligatoria en magisterio o en el temario de la oposición relacionado con protección de datos de carácter personal?
Después de volver locos a los padres o tutores legales firmando consentimientos sobre el posible uso de los datos recopilados a lo largo de la vida académica de sus hijos, qué menos que disponer de una destructora de documentos e informar sistemáticamente que todos los papeles que se utilicen en el centro tienen que pasar por ella antes de salir a la calle (me consta que es algo que existe y se utiliza en muchos centros escolares, todo sea dicho de paso).
Supongo que algunos papeles, como exámenes y similar, deberán pasar un tiempo almacenados a la espera de que acaben plazos de reclamaciones y demás. Pero después, antes de ir a la caja de cartón, al contenedor del patio, al camión de recogida municipal o a la furgoneta del yonqui que vende papel al peso, todo debería pasar por las cuchillas que convierten expedientes académicos en finas tiras del mismo tamaño. Listas para empaparlas en engrudo y hacer manualidades si es preciso. ¿Garantizan las destructoras de papel la confidencialidad? Pues igual no, pero quien quisiera juntar la foto, dirección, teléfono, resultados académicos y calendario de vacunas de los alumnos se lo tendría que currar un poco.
Algo similar habría que prever para los medios digitales… gracias al método Bárcenas estamos más sensibilizados con la destrucción de la información en este tipo de soportes. En cualquier caso, vistos casos como el de Dropbox o el de Yahoo, “la nube” está para que quien quiera pueda servirse gratis.
La gestión de residuos en actividades que implican el uso de datos de carácter personal tiene una complejidad añadida, por eso es necesario que todas las partes implicadas sean conscientes de los riesgos y participen activamente en la correcta gestión de datos, soportes y sus residuos. Con menores de por medio la cosa es todavía más delicada.
Así pues, asumamos lo que nos traemos entre manos, completemos los formalismos administrativos con procedimientos prácticos y aplicables que ayuden a cumplir las obligaciones derivadas del uso de datos de carácter personal y, sobre todo, asegurémonos de que todo el papel del centro acaba donde tiene que hacerlo: en la trituradora. Es la mejor forma de que no se escape una lista, un examen o un cuaderno en el que alguien anotó sus impresiones, más o menos políticamente correctas, de cada reunión con padres y madres.
Podría haberla tomado con los de recursos humanos, que también nos han dejado ejemplos gloriosos, o con los consultores de gestión ambiental, pero el reportaje que inspira estas palabras sacó a relucir las miserias de unos colegios, ustedes me disculpen.
Lo trituramos y después ¿qué?
Lo primero que habría que hacer es dimensionar el problema. ¿Cuánto papel se tira en el centro al cabo de un curso escolar? Si la tonelada de papel y cartón para reciclar va a 100 euros, podemos hacernos una idea del tesoro o la ruina que tenemos entre manos. ¿Supondría una fuente de ingresos para esos centros que no tienen para pagar la calefacción? ¿Nos puede servir para dotar a estudiantes sin recursos con el material mínimo? El reciclaje bien llevado debe ilustrar la parte social y económica de la sostenibilidad.
Quizá una opción, si el centro tiene espacio para guardar cantidades importantes, sea ponerse en contacto con un gestor que esté dispuesto a recoger el papel pagando por él o, al menos, sin coste -quizá cuando venga a por otros residuos (productos de laboratorio, fluorescentes, cartuchos de impresión,…) por los que tal vez ya se esté pagando una retirada periódica-.
Consultar al Ayuntamiento si puede depositarse el papel en los contenedores municipales es otra opción, posiblemente contemplada en las propias ordenanzas sobre gestión de residuos. Cabe decir que una vez depositado en el contenedor el papel es propiedad y responsabilidad de la autoridad municipal, si nos encargamos de que los datos que había en el soporte no sean recuperables,… fin de la historia.
En último caso tocaría pagar las recogidas por parte de un gestor que se encargue de dar una salida correcta al residuos. La legislación es clara al respecto: establece que quien produce los residuos tiene que pagar los costes de su gestión… y si no conseguimos presentar el papel de una forma en la que alguien esté dispuesto a pagar por él… nos toca contratar a alguien que se lo lleve. En 100 euros la tonelada no es fácil cubrir el coste del desplazamiento, pero tampoco imposible: quizá se puedan organizar rutas con otros centros y negocios cercanos que garanticen la cantidad que rentabilice el combustible.
Alternativamente tendríamos que prevenir la generación, con limitaciones claras al uso de papel como soporte y alternativas como ordenadores en las aulas o tabletas ecológicas para que el personal docente y de administración gestione la información del día a día.
Y, para aquel papel que no podamos evitar generar, plantear opciones de valorización en el propio centro. Complementar las clases de tecnología con manualidades a partir de las tiras que salen de la destructora de papel: recuperar las fibras de celulosa para darles forma de castillos, células… y otros proyectos que podrían juntar creatividad y contendidos quizá atrayendo la atención de los alumnos y familiarizándoles con los recursos materiales y las opciones de recuperación de los residuos más allá de su depósito en el contenedor.
Economía sumergida
El drama social que vivimos en España también queda reflejado en el reportaje. De algún modo, se retrata a las personas que viven en la calle empujando un carrito en el que van recogiendo todo aquello por lo que creen que sacarán unas monedas con las que mantenerse.
Las empresas que dejan sus residuos en manos de cartoneros informales tienen un grave problema de gestión (no sólo en lo ambiental). Tanto el papel como los dispositivos electrónicos cuando dejan de sernos útiles se convierten en residuos. Y hay que gestionarlos de la manera más sostenible posible: con el menor coste ambiental, económico y social. No vale entregarlo alegremente al primero que pase por nuestra puerta: la responsabilidad del productor sólo termina cuando entrega el residuo, en las condiciones establecidas en la normativa, a alguien que pueda garantizar que se siguen cumpliendo las obligaciones en el resto de la cadena de gestión del residuo. La recogida informal, por barata que se nos antoje, ocasiona al conjunto de la sociedad los costes propios de cualquier forma de economía sumergida.
¿Qué pasa si el indigente que los vende al peso se le ocurriese tomarse la molestia de organizar su mercancía y comerciar los datos que tiramos alegremente a la basura? ¿Qué pasaría si a alguien le diese por hacer prácticas de informática forense con los equipos que abandonamos al lado del contenedor de basura?
Desgraciadamente estamos en España y no es la primera ni la última vez que vemos en televisión algo así sin inmutarnos, pero en otro lugar del mundo esto sería un escándalo de primer orden y, posiblemente, se pondrían medidas para que no volviese a ocurrir.
Aquí la inspección y vigilancia (protección de datos, laboral, fiscal, ambiental…) podrían hacer mucho por mejorar las condiciones de vida de esas personas que están en la calle sacando el papel de los contenedores, recogiendo metales de las papeleras… para malvivir. Personas que podrían estar integradas como trabajadores en un sector de actividad clave en nuestro modelo de consumo de usar y tirar. Pero cada parte implicada prefiere mirar a otro lado. ¿Qué tal si empezamos a explorar los espacios comunes?
Por otro lado, sólo haría falta que cada empresa se ocupase de presentar sus residuos de forma que pudiesen transformarse en un recurso valioso. De poner a disposición de empleados, clientes… los medios para que ese recurso no se pierda. Quizá todo empieza en el colegio: formando personas conscientes del valor de la información, la importancia de los soportes en los que guardamos nuestros datos y la sostenibilidad. No entendida como un capricho ecologista trasnochado, si no como la clave para conseguir un desarrollo económica, social y ambientalmente posibles a medio y largo plazo.
El papel de los colegios es importante. No solo por su valor de reciclaje o por los datos que contienen. La actitud hacia problemas ambientales y sociales o la forma en la que se responde a cuestiones económicas puede resultar motivadora para el profesorado e inspiradora para los alumnos. El futuro, el modelo de desarrollo que dejaremos a la siguiente generación, depende de que los coles enseñen a nuestras niñas y niños a dar soluciones sostenibles a los desafíos del día a día.
4 respuestas a «Papel para reciclar, datos personales y colegios»
Mi duda es la siguiente, si introducimos papel con información "sensible" en un contenedor azul, en los que es imposible sacar el papel, ya que sólo tiene una ranura superior, supongo que ya nos podemos quedar tranquilos, o ¿no?
Estimado Manuel,
Los contenedores de residuos son para eso: gestionar residuos. La recogida selectiva se basa en el tipo de material de los residuos, pero no atiende a otras cuestiones.
En ciudades como Madrid el contenedo azul es saqueado constantemente para sacar su contenido, y, generalmente, son más valiosos los datos que soporta que el propio material.
Si tienes obligaciones legales sobre los datos lo ideal es que antes de enviar el papel al contenedor apliques algún procedimiento que impida el acceso a esos datos. Una destructura de documentos debería ser suficiente en la mayoría de los casos. Y si no recurrir a empresas de que, a parte de reciclar el papel, cuenten con procedimientos seguros de destrucción de documentos, a ser posible certificadas por algún modelo de gestión como ISO 27001 o que sigan protocolos adecuados como la guía UNE-EN 15713.
Saludos,
Alberto
No solo es una mala gestión desde el punto de vista ético. Es que también es una vulneración de la ley. En concreto de la LOPD de 2018. Y las sanciones no son poca cosa.
Así es, mala gestión, no solo de residuos.