El apasionante debate sobre el modelo de gestión de residuos de envases es algo más que la lucha entre un sistema basado en el contenedor amarillo y otro centrado en los envases retornables. Quizá se ha simplificado demasiado el discurso, centrándolo en cuestiones que, siendo muy importantes, no permiten enfocar adecuadamente el problema: los residuos de envases. En esta entrada del blog me propongo dedicarle unas líneas al bosque que no nos dejan ver los árboles. Porque la cuestión no está en cómo gestionamos los residuos de envases, está en qué modelo de consumo favorecemos con esa gestión.
En principio, nuestra sociedad está muy concienciada con el problema: tenemos bien grabadas en nuestra mente las imágenes de tortugas con caparazones deformados por las anillas de plástico en las que se comercializan los paquetes de latas de bebidas, cetáceos varados con toneladas de bolsas de plástico en su interior, aves marinas muertas de inanición con su estómago lleno de tapones de botellas de refrescos.
El diagnóstico está claro: nuestra sociedad genera demasiados residuos de plástico que acaban donde no deberían. ¿Cuál es la solución? Pues no hay una respuesta fácil, pero sí varios enfoques:
- Responsabilidad ampliada del productor: esta es la respuesta legal, responsabilizar a quienes hacen un negocio que implica la puesta en el mercado de productos que con su uso se convierten en residuos. En teoría, trasladando los costes de la gestión de los residuos que se generan como resultado de su negocio a los agentes económicos implicados en la venta de productos envasados se puede conseguir una respuesta de mercado que acabe con el problema. ¿Hemos resuelto el asunto de los residuos de envases con el punto verde?
- Reciclar: si recuperamos los materiales residuales y los metemos de nuevo en un proceso industrial que los convierta en materias primas atacamos varios problemas de golpe. Reducimos la necesidad de extraer materias primas de la naturaleza, disminuimos el gasto energético y las emisiones de efecto invernadero, hacemos algo con los residuos para que no sea necesario depositarlos en vertederos o abandonarlos en el océano. Con un marco legal adecuado el reciclaje puede ser un negocio en sí mismo, generar puestos de trabajo… ¿quién paga el reciclaje? ¿los del punto anterior? ¿los consumidores a los que trasladan esos costes?
- Reutilizar: si podemos dar a un residuo el mismo uso para el que fue fabricado estaremos evitando la necesidad de eliminar ese residuo y la de fabricar ese producto de nuevo. Cuanto más pueda reutilizar algo menos unidades de eso mismo se necesitan poner en el mercado, menos materias primas se consumen, menos unidades se transportan, menos residuos generan… Muy bonito, pero ¿esto no reducirá la actividad económica?
- Ecodiseño: plantear criterios ecológicos cuando se desarrolla una idea que acabará siendo un producto de consumo puede servir para reducir significativamente su impacto ambiental, social y, por qué no, económico. En este ámbito tendríamos que tomar decisiones ¿diseñamos para facilitar el reciclaje o la reutilización? ¿quién hace el ecodiseño el que pone el producto en el mercado o quién sufre los impactos ambientales de ese producto? ¿los usuarios finales?
Así pues, podemos reducir la cantidad de residuos que ponemos en el mercado reciclando, reutilizando, diseñando productos más eficientes… o consumiendo menos. No hay que olvidar que el residuo con menor impacto es el que no se produce: la prevención es la clave si queremos reducir el daño que causamos al medio ambiente.
Es más, si consumimos menos también disminuimos el impacto en materias primas, transporte de productos elaborados, etc. Con un claro impacto para nuestro bolsillo: gastar menos. Pero ¿podemos consumir menos? Pues según los datos que vemos, por ejemplo, de despilfarro alimentario, parece que sí. ¿De verdad tiramos a la basura más del 40% de los alimentos que compramos? En mi casa no, pero parece que, de media, los hogares españoles lo hacen. ¿Cómo es posible?
Pues básicamente por el modelo de consumo en el que vivimos. Sí, quizá es necesario para soportar las jornadas de trabajo en las que estamos metido y mantener un ritmo de vida que nos permita generar los ingresos para tener una mínima calidad de vida. O quizá sea un círculo vicioso a estudiar e intentar evitar.
El caso es que, quien más, quien menos, caemos en el consumo compulsivo, no planificamos adecuadamente nuestras dietas y se nos estropea la comida en la nevera, se nos caducan productos en el armario antes de consumirlos… ¿Cómo es posible?
No es el único culpable, pero ayuda mucho el envase de usar y tirar. Llegamos al hipermercado, un envase atractivo nos llama la atención y lo echamos al carro de la compra. Con otros 100 euros de productos variados. Llegamos a casa, los clasificamos como podemos entre nevera, armarios, despensas… Y al final resulta que esa semana no come nadie en casa. No da tiempo a acabarse todos los yogures del «pack» antes de la fecha de consumo preferente ¿se los vas a dar al niño así? Las lonchas de queso mohosas antes de abrir el paquete, el embutido que huele a podrido cuando lo sacamos del sobre de plástico, esa red de patatas o cebollas que no podemos cocinar antes de que se pudra la mitad…
Quizá no todos podemos acudir a comprar a granel o tenemos una frutería a mano en la que comprar las patatas que necesitamos para los guisos de la semana. O las manzanas en la cantidad adecuada para nuestra dieta y no según el criterio del distribuidor que las pone en bandejas en los lineales del hipermercado.
Pero lo que sí podemos hacer es reflexionar sobre cómo el envase de usar y tirar condiciona nuestra forma de consumir, entre otras muchas cosas, alimentos. En primer lugar porque las cantidades vienen definidas por un agente distinto del consumidor, luego, difícilmente, el criterio sobre esa cantidad será la necesidad del consumidor. ¿Por qué tengo que llevar 5 kilos de patatas o media docena de cebollas? ¿No se pueden comercializar yogures de uno en uno? ¿Que pasa si quiero 16 lonchas de queso -por ejemplo si en mi casa comemos sándwich de 8 en 8 con dos lonchas en cada uno- cuando las venden en paquetes de 12? ¿Me llevo 24 a casa y dejo que 8 se echen a perder? ¿Me acordaré la próxima vez que acuda al hipermercado de que hay ocho lonchas de queso en alguna parte de la nevera o compraré otra vez dos paquetes, por si acaso? Siguiendo con este último razonamiento: el envase de usar y tirar favorece un tipo de consumo irresponsable, basado en decisiones compulsivas en los pasillos del hipermercado.
Si tuviésemos un modelo basado en envases retornables lo primero que haríamos antes de ir a la compra, al menos una parte importante de los consumidores, es coger los envases vacíos para devolverlos a los establecimientos donde los compramos. Este gesto nos incentivaría a planificar la compra y hacer un consumo más responsable. No cargaríamos otro paquete de latas de refresco alegremente «por si acaso», quizá reflexionaríamos sobre cuantas cervezas nos quedan en la nevera y cuantas nos vamos a tomar hasta la próxima compra.
No digo que sea la solución a la compra complusiva o el remedio para el despilfarro alimentario, pero un modelo apoyado en el envase retornable favorece decisiones distintas a las que fomenta sistema centrado en el envase de usar y tirar.
Actualmente los consumidores tenemos la conciencia bastante tranquila. Anuncios y publicidad buenista nos permiten olvidarnos del impacto de nuestro modelo de consumo: como tiro los envases al contenedor amarillo ya estoy haciendo mi parte. El sistema no nos hace reflexionar sobre si podemos consumir menos o hacerlo de otra manera. En muchos casos ni siquiera tenemos tiempo para comprar fuera de las grandes superficies comerciales de horarios infinitos, pero nos sentimos bien porque «en casa reciclamos».
Nuestras propias prisas, la necesidad del aquí y ahora, no nos deja ver que estamos cerrando las tiendas de barrio y el comercio de proximidad porque preferimos gastarnos el dinero en bandejas de poliestireno y láminas de plástico que separan lonchas de embutido. Podríamos gastarnos lo mismo en producto loncheado por el charcutero envuelto en una lámina de papel impermeabilizado, pero es más cómodo comprar plástico pintado de llamativos colores. Y ya puestos nos llevamos unas cómodas botellas de agua mineral, no sea que rellenar una jarra o una cantimplora del grifo sea un sacrificio demasiado elevado incluso para nuestra conciencia ambiental.
¿Se dan cuenta que casi todos los anuncios de reciclaje incluyen felices consumidores de botellas de agua?
¿No sería mejor mensaje ambiental «bebe del grifo y ahorra todo este plástico al planeta»?
Así pues, el debate sobre el modelo de gestión de residuos de envases no es inocente. Y, efectivamente, hay grandes intereses económicos detrás. Administraciones, consumidores, gestores de residuos, fabricantes de envases, distribuidores… todos nos jugamos mucho.
Y hay quien tiene miedo a vender menos. Los fabricantes de latas y botellas de plástico, evidentemente, están interesados en el reciclaje. Reducir el número de envases puestos en el mercado, -bien directamente por un consumo consciente, bien mediante sistemas de reutilización- reduciría el margen de beneficio de su modelo de negocio. Ellos apuestan claramente por el reciclaje y atacan abiertamente los sistemas de depósito devolución y retorno.
No son los únicos. Las grandes marcas de alimentación y bebidas, así como los grandes distribuidores de estos productos están en las mismas. Tienen miedo de un consumidor responsable, que se pare a pensar antes de echar productos al carro. A pesar de sus campañas y políticas de responsabilidad corporativa, quieren que consumas más y más de los productos que ponen en el mercado. Lo contrario, curiosamente, sólo pasa en el sector del agua de grifo.
Un modelo basado en envases retornables es una amenaza para los grandes intereses de los defensores del reciclaje. Quizá sea un ahorro para los consumidores. Y para las administraciones responsables de la gestión de residuos. Pero algunos tienen miedo de vender menos. Por eso financian estudios chapuceros con los que atacar sistemas distintos del envase de usar y tirar o nos mienten descaradamente cuando nos habla de reciclaje.
La cuestión es ¿qué modelo de consumo quieres? ¿prefieres los envases de usar y tirar, con todo su impacto ambiental, económico y social? ¿tienes la conciencia tranquila con el modelo de reciclaje actual? ¿te gustaría tener un horario laboral que no te hiciese esclavo de las grandes superficies y sus intereses comerciales?
14 respuestas a «No es la gestión de envases, es el modelo de consumo.»
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El mejor artículo que he leído de todos todos, gracias lo multicompartiré.
Muchas gracias Guillermo, me alegra que te guste y gracias por compartirlo.
Interesantísima lectura con un análisis certero (en mi opinión) sobre la realidad del mercado y a mi entender del marketing alimentario.
Muchas gracias Daniel
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[…] y que tan bien describe Alberto en otro de sus artículos, por lo que me remito a su lectura “No es la gestión de envases, es el modelo de consumo” , y donde se explica muy bien que con echar la botella al contenedor no es suficiente para […]