Hace unos días publicaba Mauricio Bermejo una brillante reflexión sobre el uso abusivo que estamos haciendo del término sostenibilidad. Me viene a la cabeza según leo «Plan de Movilidad Urbana Sostenible». Quizá la definición dada en 2006 en la Guía práctica para la elaboración e implantación de planes de movilidad urbana sostenible (PMUS) del IDAE fuese bastante ilusionante:
Un Plan de Movilidad Urbana Sostenible, PMUS, es un conjunto de actuaciones que tienen como objetivo la implantación de formas de desplazamiento más sostenibles (caminar, bicicleta y transporte público) dentro de una ciudad; es decir, de modos de transporte que hagan compatibles crecimiento económico, cohesión social y defensa del medio ambiente, garantizando, de esta forma, una mejor calidad de vida para los ciudadanos.
Pero la realidad en 2014 hace desconfiar bastante del uso de la palabra «sostenible» en las proximidades de los términos «movilidad» y «urbana». Salvo casos excepcionales, la movilidad urbana sostenible ha sido la excusa perfecta para enterrar dinero público en carriles y aceras bici que no van a ninguna parte. En ocasiones no son capaces ni de mejorar la seguridad del ciclista urbano. También ha permitido extender y subir las tasas de las zonas de estacionamiento regulado, adjudicar servicios de préstamo de bicicletas, etc.
Todo ello con la excusa de la sostenibilidad, pero ¿realmente se está priorizando en medidas compatibles con el crecimiento económico del conjunto de la sociedad o de empresas distintas de las adjudicatarias de las obras y servicios contratados con dinero de todos? ¿se está consiguiendo algún tipo de cohesión social o se están creando zonas de acceso exclusivo a unos pocos privilegiados? ¿se consiguen mejoras ambientales fomentando la renovación del parque móvil?
Los objetivos son claros ¿eliminar el motor de combustión de la ciudad y favorecer el tránsito ciclista? No, por supuesto que no. Necesitamos que las fábricas de coches sigan funcionando, que se sigan pagando impuestos por la compra de combustibles fósiles y, sobre todo, que te dejes unas monedas en la hucha municipal: más y mejores parquímetros y afán recaudatorio en una nueva atracción turística: dotamos al centro de la ciudad de una flota de bicicletas eléctricas y puntos de recarga poco o nada funcionales para cualquiera que no viva y trabaje en el centro de la ciudad. Todo muy sostenible.
Habría que hacer balance del gasto de dinero público teniendo en cuenta que si es más caro no es realmente sostenible. Existen muchas alternativas para mejorar la movilidad urbana reduciendo la contaminación y mejorando la cohesión social que no pasan por el despilfarro en infraestructuras que no son funcionales o que difícilmente se amortizarán, pero no dejan comisiones.
¿Se imaginan que para favorecer una movilidad urbana más sostenible dejamos de gastar dinero en pintar las aceras de rojo o garantizar los ingresos de la concesionaria de la publicidad en espacios públicos y empezamos a bajar las tarifas del transporte colectivo?