En su blog, Txema ha formulado 6 preguntas sobre la agricultura ecológica, abriendo un interesante debate
No puedo resistirme a extender la conversación, trayendo aquí las preguntas y aportando mis respuestas, lo reconozco, escritas más desde la pasión que desde la profesión, ustedes me perdonen.
¿Por qué la llamada agricultura ecológica quiere renunciar a todo el progreso en forma de tratamientos y fertilizantes que ha permitido a la agricultura “industrializada” que sobre comida en el mundo? Que esté mal gestionada es harina de otro costal.
La agricultura ecológica regulada como tal legalmente, no renuncia al uso de tratamientos y fertilizantes ni da la espalda al progreso. Más bien al contrario, incorpora aquellos avances que permitan seguir alimentando a la población mundial a largo plazo, con un criterio de sostenibilidad que incluye las variables social y ecológica. Y lo hace promocionando los usos y tratamientos más respetuosos con el ecosistema que hace posible la producción agraria.
Adicionalmente, no está de más recordar que vivimos un presente de concentración del personal en núcleos urbanos, con un excedente de mano de obra que no encuentra empleo, frente a la despoblación del medio rural, en el que un modelo agrario más cercano a la sostenibilidad podría ser una interesante fuente de ingresos.
Igualmente, abordamos un futuro en el que los combustibles fósiles van a ser cada vez más escasos y caros, por lo que toca ir generalizando alternativas de producción agrícola que no dependan intensivamente de los insumos que sólo nos pudimos permitir en un agotado escenario de petróleo barato e ilimitado.
¿Por qué seguir utilizando estiércol como fertilizante, con los problemas asociados de contaminación fecal y exceso de nitratos?
Los problemas asociados a la contaminación fecal y el exceso de nitratos se deben a un mal uso, por parte del sistema industrial de producción intensiva, de ese estiércol. Si se cumpliesen los requisitos legales en cuanto a la gestión y aplicación posiblemente no se produciría esa contaminación.
La fertilidad natural del suelo depende de su contenido en materia orgánica. La agricultura convencional industrializada elimina esa fertilidad natural permitiendo el cultivo en suelos que apenas contienen materia orgánica, con lo que se agudizan los problemas de erosión y contaminación por nitratos y otros agroquímicos que no quedan retenidos en el suelo destinado a cultivo.
En cualquier caso, algo hay que hacer con el estiércol. ¿Qué mejor que cerrar un ciclo natural? Quizá toque «dirigir» ese ciclo y hacer un tratamiento previo adecuado del estiércol. Pero si conseguimos valorizarlo y ahorrar el impacto que supone la fabricación de fertilizantes sintéticos en consumo de combustibles fósiles y producción de gases de efecto invernadero, bienvenido sea.
¿Por qué no usar, que los hay, plaguicidas sintéticos biodegradables?
Si no hay otra alternativa más adecuada su uso estaría permitido. La cuestión es, si un manejo integral del sistema consigue evitar su uso ¿para qué los necesito? ¿para eliminar polinizadores naturales? La plaga y el plaguicida suelen estar asociados a grandes extensiones de monocultivo. Una adecuada gestión del agrosistema reduce el impacto de plagas y la necesidad de plaguicidas.
¿Por qué no usar organismos modificados genéticamente y transgénicos que permitirían aumentar la producción y rebajar el coste? Hasta que no se demuestre lo contrario (y no se ha demostrado en décadas) son alimentos seguros.
No se trata tanto de un problema de «seguridad genética» como de seguridad en la producción alimentaria y distribución de costes. La agricultura transgénica puede ser barata allí donde se producen las semillas transgénicas y los agroquímicos que permiten sacarles partido. Pero la agricultura ecológica es mucho más barata y productiva, en términos absolutos, donde se practica con variedades locales adaptadas y seleccionadas por su capacidad de crecer y fructificar en el territorio donde se cultivan.
La pega de la agricultura transgénica es el modelo de negocio y su impacto sobre los ecosistemas. En lugar de adaptarse a las circunstancias locales, plantea la creación de semillas y plantas resistentes a tratamientos agresivos con todo lo que no sea esa semilla, arrasando con insectos, bacterias y vegetales que juegan su papel dentro del ecosistema agrario. Y parece que tampoco es tan eficaz como propone.
¿Por qué no se establecen normas que definan el impacto ambiental más allá de la producción? Si produces un alimento de forma que minimice el impacto ambiental pero luego lo vendes íntegramente a Japón, ¿no es un poco incoherente? ¿Cómo casa esto con la “soberanía alimentaria”?
Porque la normativa de agricultura ecológica se refiere a producción agraria. Si hemos minimizado el impacto en la producción, mantenido la fertilidad natural del terreno, la máxima biodiversidad compatible con el uso agrario, reducido el consumo de materiales procedentes de fuentes no renovables… ya hemos hecho algo. Queda mucho por hacer, claro que sí, pero la regulación del transporte de alimentos quizá no sea una cuestión de la agricultura ecológica si no de comercio internacional. Quizás son los grandes grupos internacionales de producción de transgénicos y fitosanitarios los más interesados en que se pueda seguir transportando cualquier alimento a cualquier lugar del mundo y en cualquier época del año, por absurdo que sea.
En cuanto a la soberanía alimentaria, la producción ecológica presenta ventajas frente a la industrializada convencional y la transgénica: no depende de mercados internacionales de semillas, fitosanitarios y especuladores en mercados de futuros.
La agricultura ecológica se practica, en la medida de lo posible, con variedades locales adaptadas al entorno donde se cultivan. No tiene por objeto generar excedentes baratos que permitan tirar la comida por criterios estéticos: se centra en satisfacer la necesidad alimentaria presente y permitir a las generaciones futuras satisfacer las suyas.
En definitiva, ¿por qué no usar todas las herramientas de las que disponemos para hacer una agricultura ecológica de verdad y científica?
La agricultura ecológica, llamada así (no ecologista, ni biodinámica, ni esotérica) por basarse en la ciencia que estudia los ecosistemas, avanza en ese sentido. Está regulada legalmente para garantizar los intereses de todas las partes, especialmente los de los consumidores. Y ofrece un sistema transparente de etiquetado, que permite tomar decisiones al respecto.
Quizá toca aceptar que técnicamente posible no es sinónimo de sostenible ni ecológica o socialmente deseable.