La reflexión de Jonathan Hiskes «Want to green the Olympics? Stop moving them around» me ha recordado cierta reunión, cuando todavía Madrid 2012 parecía algo al alcance de la mano, en un chalete exclusivo de la capital. En frente teníamos a Antonio Lucio y unos juegos que podrían haber pasado a la historia por ser los más verdes.
Lo cierto es que, mirado con perspectiva, gran parte del impacto, tanto ambiental como monetario, de la celebración del acontecimiento reside en la construcción de las infraestructuras necesarias para un evento que dura un par de semanas:
“For all the efforts to minimize the impact of the Olympics, one big solution never gets taken seriously. So much of the environmental and financial cost of the games comes from cities trying to build facilities that suit both a massive, two-week influx of athletes and spectators and also the long-term needs of locals. So you get things like Montreal’s Olympic Stadium, built for the 1976 summer games and not paid off in full until 2006. Or the “spookily quiet, deserted” Olympic village Tom Philpott saw in Turin, Italy, two years after the games there.”
La propuesta parece tan alocada como impertinente: gran parte del espíritu olímpico posiblemente resida en la alternancia entre continentes de la sede que acoge la fiesta deportiva. También resulta fácil argumentar que las olimpiadas suponen un motor de desarrollo para las ciudades candidatas: la maquinaria económica se acelera por unos días con el desembarco de las comitivas deportivas y sus séquitos de patrocinadores, políticos, amigos de políticos y otros allegados. Por no hablar de los pichigüilis.
La cuestiones a plantearse serían ¿qué es el espíritu olímpico? ¿es necesario montar tanto tinglado alrededor? ¿pintarlo de verde salvará el planeta?