La blogosfera está revolucionada con las noticias sobre las emisiones de gases de efecto invernadero que puede originar el uso de Internet. La polémica parece centrarse en los gramos de dióxido de carbono (CO2) que emitimos cuando utilizamos un buscador de contenidos en la web. Podría haber recurrido a un sostenible silencio, pero no voy a perder la oportunidad de enrollarme sobre el tema y, con la excusa, hablar un poco de huella ecológica y de análisis de ciclo de vida.
Lo bueno de observar desde la barrera y llegar a estas alturas del debate es que puedo traer posiciones que van desde la sorpresa ante el revuelo causado hasta la respuesta de las partes interesadas.
Me gusta la reflexión de Julen porque se centra en el fondo de la cuestión (tampoco puedo obviar que, para mi, el valor añadido de la reflexión de Julen es que, hasta donde llega mi conocimiento, él no vende libros relacionados con el impacto ambiental de la web, no gana dinero con una herramienta para calcular estadísticas sobre las emisiones de efecto invernadero ni su blog está patrocionado por fabricantes de cacharrería molona):
«Detrás de los datos, hay una cuestión sobre la que quiero hacer hincapié, una vez más: el consumo como seña de identidad de esta sociedad en la que vivimos. La supuesta economía de la abundancia del primer mundo podemos simplificarla en dos planos: el de los productos físicos y el de la información, esta última sobre todo en soporte digital. Ambas parecen necesitar muy diferente cantidad de energía “física” para hacerse presentes. Los elementos físicos necesitan de instalaciones donde se elaboren, se controlen y luego se transporten a allí donde hace falta.»
Estoy convencido de que, al menos en parte, los problemas a los que nos enfrentamos en este 2009 tienen su origen en la miopía con la que hemos tratado los recursos finitos del mundo físico en el que vivimos. Me han venido a la mente aquellos artículos que, hace unos años, daban titulares de prensa del estilo «los niños de hoy creen que los pollos se crían en la nevera«. Virtualmente podríamos inyectar liquidez infinita al sistema (alguien intentón convencerme de esto en fechas recientes), pero en la práctica, en algún momento, nos quedaríamos sin materias primas para dar soporte a los billetes, la tinta o la energía necesaria para mover la máquina de hacer dinero.
Efectivamente, que alguien llegue a leer esta entrada implica que he estado un rato sentado delante de un ordenador encendido, que he utilizado una conexión a internet para publicarla, que se almacenará en un servidor… un montón de recursos físicos que no se están empleado en otras cosas. Podemos medirlo en toneladas de materias primas y CO2 emitido, pero no sólo. Alguien tiene que estar explotando las minas de las que salen esos recursos físicos, posiblemente por un sueldo que no le dará acceso a la tecnología que nos permite estar aquí hablando del tema. Porque para que yo pueda estar en Madrid tecleando alguien tiene que traerme a la ciudad alimentos, agua potable, la energía…
Para ilustrar el asunto, hace ya más de una década, Mathis Wackernagel y William Rees, le daban forma al indicador que conocemos como huella ecológica y que nos permite tener una aproximación del coste que implica nuestro modo de vida. El invento resume, de forma bastante gráfica, cuantos planetas como el nuestro serían necesarios si todos los habitantes de La Tierra llevasen nuestro ritmo de vida. Si te interesa el tema también se pusieron de moda la huella de carbono y, más recientemente, la huella hídrica.
Sin olvidar el valor didáctico de este indicador, conviene recordar que sólo tenemos un planeta y que el exceso de consumo de unos, en el presente, es a costa de otros y del futuro. Podemos discutir agriamente sobre si el cambio climático es o no una realidad probada científicamente. Que en caso de que se estuviese produciendo nos lleve a un calentamiento global o a una glaciación. Incluso si es de origen antrópico o no. Pero la clave del problema es otra: vivimos en un planeta finito de recursos materiales limitados y con una distribución de los recursos bastante injusta con desigualdades cada vez menos sostenibles.
En un sistema de consumo es importante contar con información sobre el impacto de lo que el mercado nos ofrece. Para ello podemos utilizar el ciclo de vida: evaluar todos los impactos, directos e indirectos, que generan los productos y servicios desde su diseño hasta el final de su vida útil. Desde este punto podríamos internalizar los costes ambientales en los procesos productivos, de modo que sean los propios agentes que participan en el mercado, convenientemente informados, los que ayuden a reducir la huella ecológica. En nuestro contexto económico, esto se ha plasmado en lo que se conoce como la política de productos integrada.
El reto es actuar y disponemos de herramientas. Pero siempre es más cómodo echar la culpa al la sociedad, el sistema o al estado olvidando, claro está, que cada uno de nosotros somos piezas indispensables de la sociedad, movemos el sistema con nuestras decisiones y legitimamos las actuaciones del Estado con nuestro silencio.
Sobre los datos no me pronuncio, no conozco con el detalle suficiente la metodología con la que se ha realizado el polémico estudio. Pero si una búsqueda causa las mismas emisiones de gases de efecto invernadero que calentar agua para una infusión… de perder la tarde en el feisbu…, mejor no hablamos…
3 respuestas a «Internet y la huella ecológica.»
Estaría bien divulgar más la idea de huella ecológica y cómo tratarla en el mundo empresarial. Algo así como que cada empresa tuviera ese indicador, auditado por terceras partes. Se trataría de hacer descender la huella ecológica hacia aquellos agentes que potencialmente pueden generarla de forma más violenta. Ya tenemos trabajo 😉
Se le puede dar muchas vueltas. Es más, es un sector que está reinventando la rueda constantemente: ha pasado de sistemas para informar al mercado del impacto ambiental de las actividades a un mercado de sistemas de certificación del comportamiento ambiental de las empresas.
Si el objetivo alguna vez fue la transparencia se lo han cargado inventando esquemas cuyos resultados, sencillamente, no son comparables.
Si me tengo que quedar con un modelo es EMAS para gestión ambiental en las organizaciones (implica la publicación de una memoria de desempeño ambiental verificada por un organismo acreditado «declaración medioambiental») y Etiqueta Ecológica para comportamiento ambiental de productos. Lo que los diferencia de cualquier otra cosa es que, siendo mecanismos voluntarios, se establecen en normas de rango legal, públicas y «transparentes».
Desde mi punto de vista, el valor de la huella ecológica es fundamentalmente didáctico. A día de hoy todas las organizaciones están sometidas a requisitos reglamentarios que les exigen incorporar en sus procesos productivos los costes ambientales de sus actividades, pero veo cierta tendencia a bordear esos requisitos legales y fabricar una imagen verde que a tomarse en serio el medio ambiente.
Uno de los indicadores claros en este sentido es el escaso número de productos acogidos al sistema de Etiqueta Ecológica Europea frente a la proliferación de «etiquetas verdes» que no están directamente controladas por la Administración y responden a esquemas privados de certificación sectoriales. Pueden ser tan buenos o mejores que los otros pero si hemos elegido un sistema común ¿por que te inventas otro para tus productos?
Le dedicaré unas líneas otro día, que así queda como una pedrada… es un tema que me apasiona.
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