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El cambio climático son los políticos

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Se acerca la vigésimo primera Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas (COP21), que tendrá lugar en París del 30 de noviembre al 11 de diciembre de 2015. Con este motivo la prensa se descuelga con informaciones y entrevistas sobre cambio climático. El espectro va desde el triunfalismo por gestos como la presentación del Plan de Energía Limpia, realizada por el presidente Obama a pocos meses del final de su mandato, a la alerta por la subida del nivel del mar medida por la NASA y la preocupación porque no podamos controlar el cambio climático.

A crear un clima favorable para un acuerdo en relación al problema del cambio climático también contribuye la Encíclica Laudato si’ del Santo Padre Francisco, llamando al orden sobre el cuidado de la casa común. No sé que resultado dará, pero desde luego ningún político, ecologista, periodista de información ambiental o profesional del sector ha conseguido acercarse a la repercusión mediática de las palabras del Papa. Al menos en lo que se refiere a movimiento en redes sociales.

El clima es un bien común, de todos y para todos. A nivel global, es un sistema complejo relacionado con muchas condiciones esenciales para la vida humana. Hay un consenso científico muy consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático. En las últimas décadas, este calentamiento ha estado acompañado del constante crecimiento del nivel del mar, y además es difícil no relacionarlo con el aumento de eventos meteorológicos extremos, más allá de que no pueda atribuirse una causa científicamente determinable a cada fenómeno particular. La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo producen o acentúan.

Los argumentos negacionistas también han tenido sus minutos de gloria, colando en los medios artículos interesados en favor de seguir ignorando una de las principales amenazas que afronta la humanidad: las emisiones de efecto invernadero influyen en el clima, lo que ocasiona cambios en la disponibilidad de agua potable, la posibilidad de producir alimentos… en definitiva, dificulta las condiciones de vida de las personas y nos lleva a conflictos relacionados con un clima cada vez más complicado. O a desplazamientos masivos de personas que no pueden seguir habitando regiones cada vez más áridas. De la pérdida de ecosistemas y la extinción de especies mejor no hablamos.

La próxima Cumbre del Clima de París está anunciada como la última oportunidad de frenar el cambio climático y sus consecuencias. Viene precedida de una serie de decepciones en cuanto a lo que la sociedad espera de sus representantes, por lo que casi cualquier acuerdo será celebrado como un gran éxito, pero la falta de objetivos ambiciosos supondría un fracaso prácticamente definitivo en la lucha contra el aumento del efecto invernadero y sus consecuencias.

Pinocho quiere salvar el mundo

A pesar de la responsabilidad individual de cada uno de nosotros en los grandes problemas globales, nuestra capacidad de decidir está condicionada por lo que nos marcan los gobiernos y los mercados: son ellos los que deciden si se pone un impuesto al sol o si sale más barato seguir conectado a un suministro eléctrico procedente de la quema de combustibles fósiles, si se invierte en movilidad sostenible o se subvenciona la compra de turismos nuevos, si se gastan el dinero público en mantener las empresas de los amigos o si apuestan por proyectos de interés general.

Sí, nosotros votamos y compramos. Y para condicionar qué votamos y qué compramos tienen la imprenta: compras y votas lo que quiere el sistema. No podemos perder de vista que los medios de comunicación se deben a sus clientes: un poder económico que decide el modelo de consumo. Y sobre tu capacidad de opinar. Los periódicos se deben a sus anunciantes y estos a su modelo de negocio, que puede ser vender más coches, seguir controlando la electricidad, que bebas refrescos en latas de un sólo uso o lo que sea, pero nada que tenga que ver con reducir las emisiones de efecto invernadero.

Cuando han querido, los políticos se han unido para tomar decisiones para resolver grandes retos globales. Un ejemplo ambiental lo tenemos en el Protocolo de Montreal para la prohibición del uso de los gases que producen el adelgazamiento de la capa de ozono. Ante la posibilidad de la extinción de la vida en la tierra se prohibieron las sustancias que causaban la amenaza y buscando (más o menos torpemente) otras con las que sustituirlas. Está claro que depende de cada uno fumar o no, pero cuando se aprueba una ley que restringe el consumo de tabaco disminuye la incidencia de síndrome coronario agudo.

Así pues, necesitamos decisiones valientes, políticos que se tomen en serio los problemas ambientales y que cumplan con su función de representar los intereses de las personas individuales. Las corporaciones ya tienen sus grupos de presión para conseguir sus objetivos, incluyendo la compra de periodistas que acusen a las personas individuales de tener la culpa y ser la llave para solucionar los problemas causados por un modelo de producción sobre el que no tienen posibilidad de decidir.

En París veremos si los representantes políticos son capaces de asumir el compromiso con sus ciudadanos, que demandan formas limpias de producir energía, que no afecten a su salud y no comprometan las opciones de desarrollo de la humanidad, o ceden a las presiones de los que quieren seguir manteniendo el control centralizado de la producción energética sin asumir las externalidades de un modelo que no incorpora costes ambientales ni sociales.

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